La verdadera leyenda de un jugador se mide más por momentos que por pura estadística. Es fantástico para un equipo que su jugador franquicia anote 20 puntos por partido y reparta 12 asistencias cada vez que pisa una cancha, pero lo que es verdadera y absolutamente importante en el nacimiento de un integrante del salón de la fama es el momento. El factor tiempo.
Debería existir una estadística que dictaminase el cuándo se hace qué. Así, un jugador con números normales podría ser bien considerado y otro con stats brutales que afloja la muñeca cuando llega el turno de apretar el culo podría recibir más de una y más de dos collejas.
No sería este último el caso de Paul Pierce. El '34' de los Celtics lleva años liderando una veterana camada de jugadores que consiguieron un anillo en 2008 y que buscan desesperadamente no caer en un olvido prematuro. Y encima, apareciendo en los momentos más difíciles para su equipo.
Situémonos: es mayo de 2012, temporada de 'lockout' en la NBA. La temporada regular ha dado paso a los Playoffs y Boston Celtics ha caído en gracia con Atlanta Hawks. El cansancio y las lesiones hacen mella: los Hawks ganan el primer partido en casa y, para el segundo, se cae Ray Allen. Rajon Rondo, por supuesto, se pierde ambos partidos por sanción.
Es el turno de Paul Pierce. Es el momento justo, la hora clave en la que Green Lantern ve la marca luminosa del trébol iluminando el cielo de Boston. Armado con una cinta en la cabeza y una codera en el brazo izquierdo, Pierce nos deslumbra con una actuación digna de la estrella que es. 36 puntos y 14 rebotes son muchos puntos y muchos rebotes, sí. Pero lo que engrandece al jugador es el momento. El factor tiempo. Cuando estaba solo, cuando nadie confiaba en la victoria, apareció Paul. Bienvenido a la Historia.
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